El
espectáculo resultaba inusual, aunque él recordaba una Alhambra nevada de hace
muchos años, de cuando su primera juventud; no obstante, o quizás por ello,
aquella mañana tenía una sensación de ilusión, el paisaje le parecía difuminado
por el intenso frío y sus recuerdos pugnaban por superponerse a la realidad.
Los
leones lo miraban extrañamente, inmóviles e irónicos, como asombrados por la
capa de nieve que cubría sus cabezas y sus lomos, el agua de la taza estaba
cristalizada dando una impresión añadida de pesadez y el equilibrio con el que
los animales sostenían la fuente parecía a punto de quebrarse por la ausencia
de uno de ellos. No había restos de pisadas alrededor de la fuente, una
uniforme alfombra blanca cubría todo el espacio descubierto del patio, tampoco
se observaban, a primera vista, desperfectos en el lugar donde el león ausente
se unía a la fuente. El inspector Movillas tenía que darse prisa, el Comisario
y la Directora del Patronato habían convocado una rueda de prensa para las once
horas y en ese momento una multitud de periodistas merodeando por el patio
borrarían cualquier huella o indicio útil.
Esa
mañana, nada más llegar el Inspector a la comisaría, a las siete en punto,
habían recibido una llamada de un vigilante de la Alhambra denunciando la
desaparición de uno de los leones del patio nazarí, avisaron con urgencia al
Comisario quien ordenó a Movillas que se dirigiera de forma inmediata al lugar
de los hechos, pero advirtiéndole que no hiciera nada hasta que él acordara con
la Directora del Patronato las declaraciones que realizarían ante los medios de
comunicación.
Durante
el bachillerato, “hace una infinidad de años” recordaba el Inspector, algunos
compañeros habían hecho novillos y subido a la Alhambra en mañanas como ésta,
en la que la ciudad amanecía completamente nevada. Todavía conserva en un viejo
álbum una fotografía desenfocada y descuadrada, la cámara la habían colocado
sobre un murete y se agruparon frente a ella los cuatro, con el desenfado y la
excitación de quienes están dejando una prueba patente de su falta.
Aunque
no era el policía preferido del Comisario, éste le había encargado el caso
porque era el único inspector de guardia el día de Navidad, el inspector
Movillas estaba a punto de jubilarse, realmente iba a pasar a una situación
administrativa llamada “segunda actividad”, pero eso de pasar toda la mañana
sentado ante una mesa de despacho era para él como una jubilación anticipada,
después de llevar más de treinta años pateando las calles y tratando con la
chusma de tantas ciudades.
Paró
a tomar un café en Plaza Nueva, justo antes de comenzar el ascenso de la Cuesta
Gomérez; en situaciones de mucha tensión siempre optaba por tomarse las cosas
con calma, procurando que los acontecimientos no desbordaran el ánimo. Ahora,
mientras el azucarillo flotaba sobre un café con leche cremoso y el misterio de
la capilaridad hacía que la leche lo empapara, trataba de recordar el rostro y
el timbre de voz de sus antiguos compañeros. ¡Abstraído en una cafetería
mientras el maldito león probablemente vuele hacia quien sabe qué lugar del
mundo!, se imaginaba gritando al Comisario, pero antes de subir la colina roja
debía poner orden en su mente y aclarar algunas ideas.
La
primera era recordar los nombres de los compañeros de la escapada a la Alhambra
aquella otra mañana nevada,
Antonio Soler era uno de ellos...
La
segunda era determinar quién o quiénes podían robar un león de la Alhambra, y
cómo pudieron burlar los severos controles de seguridad del monumento. Mientras
cavilaba sobre estas cuestiones sonó su telefonillo, desde el Instituto de
Meteorología le informaron que a las 04:20 había dejado de nevar, luego el robo
debió producirse bastante antes, lo suficiente como para que la nieve volviera
a cubrir el suelo del patio borrando las huellas..., por otro lado un león de
esos debe pesar lo suyo, transportarlo no debe ser fácil...; sobre todo esto
cavilaba cuando como un destello apareció el nombre de María Luisa Rosada, una
de las dos chicas de la excursión a la Alhambra nevada; no sé, quizás usaron un
carrillo de mano...
Una
vez acordonada la zona, mientras esperaban la llegada de la “científica” sonó
de nuevo el telefonillo, el Comisario, áspero como siempre, ordenaba desmontar
el operativo y abandonar la investigación, “se trata de un error, el león está
en Sevilla en una exposición” fue su lacónico comentario.
A
la salida, junto al Palacio de Carlos V, se cruzó con el Comisario y la
Directora del Patronato, hacían una extraña pareja, él cubierto con su viejo abrigo beige,
como salido de una película española de los años 70, ella vestida como una
ministra socialista. Ambos andaban deprisa, azorados, dispuestos a dar
explicaciones a los periodistas o quizás incluso a acusarlos del revuelo
montado.
Mientras
cruzaba, cuesta abajo, el Arco de las Granadas, Movillas se detuvo
repentinamente y se golpeó la frente con la mano, ¡Claro que sí!, exclamó,
Carmen es la que me faltaba de aquel cuarteto de prófugos del Instituto; Dios
mío cómo pude olvidarlo, exclamó mientras una lágrima se escapaba de uno de sus
ojos.
–Es por el reflejo del sol en la nieve,
pensó que le diría a su mujer si ésta lo estuviese observando en ese momento.
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