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Óleo de Cristina Megía

viernes, 24 de agosto de 2012

Robo en el Patio de los Leones (Navidad 2005)



El espectáculo resultaba inusual, aunque él recordaba una Alhambra nevada de hace muchos años, de cuando su primera juventud; no obstante, o quizás por ello, aquella mañana tenía una sensación de ilusión, el paisaje le parecía difuminado por el intenso frío y sus recuerdos pugnaban por superponerse a la realidad.
Los leones lo miraban extrañamente, inmóviles e irónicos, como asombrados por la capa de nieve que cubría sus cabezas y sus lomos, el agua de la taza estaba cristalizada dando una impresión añadida de pesadez y el equilibrio con el que los animales sostenían la fuente parecía a punto de quebrarse por la ausencia de uno de ellos. No había restos de pisadas alrededor de la fuente, una uniforme alfombra blanca cubría todo el espacio descubierto del patio, tampoco se observaban, a primera vista, desperfectos en el lugar donde el león ausente se unía a la fuente. El inspector Movillas tenía que darse prisa, el Comisario y la Directora del Patronato habían convocado una rueda de prensa para las once horas y en ese momento una multitud de periodistas merodeando por el patio borrarían cualquier huella o indicio útil.
Esa mañana, nada más llegar el Inspector a la comisaría, a las siete en punto, habían recibido una llamada de un vigilante de la Alhambra denunciando la desaparición de uno de los leones del patio nazarí, avisaron con urgencia al Comisario quien ordenó a Movillas que se dirigiera de forma inmediata al lugar de los hechos, pero advirtiéndole que no hiciera nada hasta que él acordara con la Directora del Patronato las declaraciones que realizarían ante los medios de comunicación.
Durante el bachillerato, “hace una infinidad de años” recordaba el Inspector, algunos compañeros habían hecho novillos y subido a la Alhambra en mañanas como ésta, en la que la ciudad amanecía completamente nevada. Todavía conserva en un viejo álbum una fotografía desenfocada y descuadrada, la cámara la habían colocado sobre un murete y se agruparon frente a ella los cuatro, con el desenfado y la excitación de quienes están dejando una prueba patente de su falta.
Aunque no era el policía preferido del Comisario, éste le había encargado el caso porque era el único inspector de guardia el día de Navidad, el inspector Movillas estaba a punto de jubilarse, realmente iba a pasar a una situación administrativa llamada “segunda actividad”, pero eso de pasar toda la mañana sentado ante una mesa de despacho era para él como una jubilación anticipada, después de llevar más de treinta años pateando las calles y tratando con la chusma de tantas ciudades.
Paró a tomar un café en Plaza Nueva, justo antes de comenzar el ascenso de la Cuesta Gomérez; en situaciones de mucha tensión siempre optaba por tomarse las cosas con calma, procurando que los acontecimientos no desbordaran el ánimo. Ahora, mientras el azucarillo flotaba sobre un café con leche cremoso y el misterio de la capilaridad hacía que la leche lo empapara, trataba de recordar el rostro y el timbre de voz de sus antiguos compañeros. ¡Abstraído en una cafetería mientras el maldito león probablemente vuele hacia quien sabe qué lugar del mundo!, se imaginaba gritando al Comisario, pero antes de subir la colina roja debía poner orden en su mente y aclarar algunas ideas.
La primera era recordar los nombres de los compañeros de la escapada a la Alhambra aquella otra mañana nevada,  Antonio Soler era uno de ellos...
La segunda era determinar quién o quiénes podían robar un león de la Alhambra, y cómo pudieron burlar los severos controles de seguridad del monumento. Mientras cavilaba sobre estas cuestiones sonó su telefonillo, desde el Instituto de Meteorología le informaron que a las 04:20 había dejado de nevar, luego el robo debió producirse bastante antes, lo suficiente como para que la nieve volviera a cubrir el suelo del patio borrando las huellas..., por otro lado un león de esos debe pesar lo suyo, transportarlo no debe ser fácil...; sobre todo esto cavilaba cuando como un destello apareció el nombre de María Luisa Rosada, una de las dos chicas de la excursión a la Alhambra nevada; no sé, quizás usaron un carrillo de mano...
Una vez acordonada la zona, mientras esperaban la llegada de la “científica” sonó de nuevo el telefonillo, el Comisario, áspero como siempre, ordenaba desmontar el operativo y abandonar la investigación, “se trata de un error, el león está en Sevilla en una exposición” fue su lacónico comentario.
A la salida, junto al Palacio de Carlos V, se cruzó con el Comisario y la Directora del Patronato, hacían una extraña pareja, él  cubierto con su viejo abrigo beige, como salido de una película española de los años 70, ella vestida como una ministra socialista. Ambos andaban deprisa, azorados, dispuestos a dar explicaciones a los periodistas o quizás incluso a acusarlos del revuelo montado.
Mientras cruzaba, cuesta abajo, el Arco de las Granadas, Movillas se detuvo repentinamente y se golpeó la frente con la mano, ¡Claro que sí!, exclamó, Carmen es la que me faltaba de aquel cuarteto de prófugos del Instituto; Dios mío cómo pude olvidarlo, exclamó mientras una lágrima se escapaba de uno de sus ojos.
 –Es por el reflejo del sol en la nieve, pensó que le diría a su mujer si ésta lo estuviese observando en ese momento.

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