Portada

Portada
Óleo de Cristina Megía

viernes, 24 de agosto de 2012

Estados de probabilidad (2006)




Cuando a mi primo y a mí nos nombraron albaceas de la herencia del tío Gabriel pensamos que nuestro cometido sería un mero trámite. El hermano de la abuela Jacinta, a pesar de su azarosa y aventurera vida, no parecía un hombre de fortuna y como pudimos comprobar cuando el notario leyó su testamento, los bienes materiales que acumuló a lo largo de su vida fueron ciertamente escasos; apenas un piso en la capital y unos modestos ahorros.
Gabriel era tío abuelo, tanto de mi primo como mío, por parte de  madre,  aunque toda la familia, incluidos sus hermanos, lo llamábamos o nos referíamos a él como el tío Gabriel o simplemente “el Tío”. Su relación con nuestra familia no fue muy intensa, no era un hombre que se prodigara en afectos. Había regresado de su exilio americano cuando mi primo y yo acabábamos de cumplir catorce años, una vez que el General Franco, como él lo llamaba siempre con una especie de  consideración debida al enemigo, estaba bien enterrado, y el tiempo que pasó entre nosotros mantuvo una vida muy independiente del clan familiar.
Aunque han pasado casi tres décadas, aún recuerdo vivamente verlo descender por la escalinata del avión que lo traía a nuestra ciudad desde Madrid, donde había hecho escala el vuelo trasatlántico que despegó del Aeropuerto Internacional Ezeiza de Buenos Aires. Impresionaba verlo bajar despacioso, con su porte egregio, la cabeza altiva, su melena blanca algo ondulada y esa mirada orgullosa que no se detenía en los escalones, sino que dirigía al frente, como lo haría un dignatario al que estuviera esperando una comitiva oficial.
- La República no perdió la guerra, se retiró tácticamente al exilio para volver cuando las condiciones políticas y sociales lo permitan.
Para nosotros tenía algo de héroe legendario, aunque aquella tarde en la cafetería del aeropuerto nos pareció algo trastornado o quizás demasiado ajeno a la realidad, sobre todo cuando pronunció, con la voz engolada, declamando tal y como hacían  los políticos de los años treinta, aquello de:
Nuestras madres, la de mi primo y la mía, que siempre actuaban al unísono, como dos siamesas unidas por el pensamiento,  justificaron sus manifestaciones diciendo que las largas horas del vuelo y el cambio horario lo tenían algo trastornado, pero lo cierto es que lo que dijo, ante el asombrado auditorio familiar que había ido a recibirlo, fue algo que mantuvo hasta el día de su muerte. No obstante, para ser todo lo sincero que un escrito como este exige, debo decir que a mi primo y a mí no nos pareció que nuestro tío estuviera trastornado, creímos que estaba verdadera y rematadamente loco. Al principio escuchamos su alocución impresionados y hasta un poco asustados, pero en cuanto nos percatamos de su mirada perdida y sus ojos acuosos nos dio un ataque de risa que apenas pudimos contener mientras nos excusábamos y corríamos al cuarto de baño, impelidos ambos por las miradas de nuestras respectivas madres, que de haber continuado unos segundos más sobre nosotros, sin ninguna duda nos habrían fulminado.
Mientras fuimos niños, del tío Gabriel apenas se hablaba en casa, sabíamos de la existencia de un hermano de la abuela que vivía en América, pero poco más. Luego, conforme se iba despejando el sofocante ambiente de la dictadura, fuimos conociendo la historia del tío, que no había marchado al Nuevo Mundo en busca de trabajo y fortuna debido a las penurias de la posguerra, tal y como se nos había dicho, sino que había sido oficial del ejercito de la República y combatido en la batalla del Ebro, marchando tras la derrota republicana al exilio francés para emigrar posteriormente a la Argentina. Uno de los acontecimientos que contribuyeron a forjar su figura legendaria entre los niños de la familia fue el relato, contado entonces insistentemente por su hermano Samuel, de cómo el tío Gabriel fue uno de los oficiales que, mandados por el teniente coronel Manuel Tagüeña, dirigieron el repliegue de las tropas republicanas a la margen izquierda del Ebro, siendo uno de los últimos, si no el último, según aseguraba su hermano, en cruzar el puente de Flix.
 Nuestra abuela, con voz susurrante y desde luego a escondidas de nuestras madres, nos había contado en una calurosa noche de verano, de esas en las que para poder respirar teníamos que sacar las sillas de anea a la calle, que nuestro tío era rojo, librepensador y ateo, y que por eso tuvo que huir, porque en la España de Franco todos debíamos ser católicos, apostólicos y romanos, so pena de acabar en la cárcel o en algo mucho peor. Nosotros que, aprovechando alguna excursión a las afueras de la ciudad, habíamos visitado a hurtadillas las tapias del cementerio para comprobar en ellas la presencia, todavía, de las marcas de los proyectiles de los fusilamientos al inicio de la guerra, sabíamos bien a que se refería la abuela con “algo mucho peor”.
Durante el tiempo que vivió en España nuestro tío se portó a la altura de la imagen mítica que los niños de la familia nos habíamos forjado de él. Solitario y misógino, nunca se le conocieron relaciones con mujeres; enemigo acérrimo de la Iglesia “y de los beatos que la sostienen”, estalinista contumaz nunca admitió la existencia del gulag y consideró, ya en sus últimos años, que la caída del muro de Berlín fue obra de la CIA y de los servicios de inteligencia de la Alemania capitalista. En cuanto a sus posiciones políticas en España fueron de lo más pintorescas, nacionalista andaluz exacerbado y admirador entusiasta de pasado árabe de la región, consideraba a la reina Isabel La Católica como el personaje más nefasto de nuestra historia. Más de una vez, con su voz enfática y solemne, acompañada de graves gestos teatrales,  nos relató el episodio histórico que él denominaba “la usurpación del trono de Castilla” por una Isabel que no dudó en alzarse en armas contra La Beltraneja “que había sido apartada de la sucesión al trono por la infamia, la mentira y la conspiración de la nobleza y el clero”. Ninguna de las veces que relató este episodio dejó de hacer referencia, dirigiéndose especialmente a los niños, a la promesa de la reina Isabel de no cambiarse de camisa hasta que tomara la ciudad de Granada, actitud poco higiénica que contrastaba con al delicadeza y refinamiento del rey de La Alhambra, Boabdil, “llamado el Chico”, como le gustaba puntualizar cada vez que se refería al último monarca de la dinastía nazarí.
Pese a estos estrambotes no debe pensarse que nuestro tío Gabriel fuera un sectario ignorante. Sectario sí, pero muy culto; era un fanático positivista de conocimientos científicos verdaderamente enciclopédicos, podía citar a Comte de memoria, conocía bien las tesis del Círculo de Viena y había leído con gran detenimiento los trabajos de Russell y Popper (aunque por este último, como podrá comprenderse, manifestara un claro antagonismo político). Igualmente hablaba con gran autoridad de mecánica cuántica y, por su puesto, consideraba a la ciencia natural como la reina del conocimiento humano y a la física como su corona. También asombraban sus conocimientos de economía, su explicación de las causas de las crisis económica que asoló el cono sur americano en la década de los setenta poseía una belleza lógica y una capacidad de convicción que fueron determinantes en mi decisión de estudiar Ciencias Económicas en la universidad. Sólo admitía el método científico inductivo como fuente de conocimiento y por ello repudiaba  la literatura y la filosofía, -“eso es como el latín, cosa de curas” - bramaba.
Por todo esto que he relatado, y otras muchas anécdotas que podrían añadirse, causó el mayor estupor y hasta cierta indignación, especialmente en determinado sector de la familia, su decisión de legar su piso a la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios.
- ¡A santo de qué ha tenido que dejar mi hermano el piso a los curas!, ¡A ver si al final iba a estar más loco de lo que pensábamos los que ya creíamos que no estaba muy bien de la cabeza!, - exclamaba su hermano Samuel al salir de la notaría.
- A lo mejor se había convertido al final de sus días..., - conjeturaba mi madre o mi tía, probablemente ambas a la vez.
- Claro, y por eso el testamento tiene fecha de mil novecientos ochenta y dos, ¡de hace más de diez años!, las interrumpía el tío Miguel, el hermano de ellas. - Ese cabrón se ha estado riendo de nosotros todos los años que ha estado en España, la familia tratándolo con consideración, permitiendo sus baladronadas, escuchando sus batallitas y él burlándose de su estúpida familia, todavía debe estar retorciéndose de risa en el interior del nicho, - continuaba Miguel, quien, pienso ahora, se había convertido en el favorito del tío Gabriel, el que más le ría las gracias y le incitaba a sus discursos inflamados,  y es posible que por ello tuviera alguna expectativa de heredar el piso.
La discusión sobre las motivaciones del tío se prolongó durante bastantes semanas sin lograr ningún consenso familiar al respecto, realmente nadie fue capaz de exponer una teoría medianamente razonable que explicara su actitud.
La parte del testamento en la que entregaba sus modestos ahorros a la asociación de vecinos de su barrio sorprendió bastante menos. Mientras vivió en España lo hizo en un  barrio obrero y fue durante muchos años el presidente de dicha asociación, en ella desplegó toda su vitalidad fomentando la participación de los vecinos y organizando toda clase de actividades, festivas y culturales. Él, de las verbenas no era muy partidario, pero allí conseguía convencer a los padres para que sus hijos recibieran clases de ajedrez, participaran en excursiones o se iniciaran a la lectura. Todas estas actividades las organizaba nuestro tío con el mayor entusiasmo y sin hacer proselitismo de sus extravagantes ideas políticas.
Hubo, por último, una tercera parte del testamento en la que se nos encomendaba a mi primo y a mí la administración y reparto de su legado intelectual. La mayoría de la familia no dio importancia a esto y pensó que se trataba simplemente de repartir sus libros (unos cuantos cientos, casi todos de ciencia, economía e historia) y sus discos (varias decenas de long play con música clásica).
Como nada específico indicaba el testamento sobre el destino de los discos, decidimos sus albaceas que nadie mejor que nosotros mismos para instituirnos herederos del legado de vinilo. Así pues, tras un sorteo con una moneda lanzada al aire, comenzamos mi primo y yo, alternativamente, a escoger uno a uno sus discos. De allí obtuve alguna de las joyas de mi discoteca, como las sonatas para chelo de Bach interpretadas por Pau Casals o las sinfonías de Beethoven por Furtwängler al frente de la Filarmónica de Berlín, mi primo, por su parte, se llevó un disco con arias de una jovencísima Victoria de los Ángeles y bastantes obras de zarzuela, género éste último que yo detesto tanto como él admira, por lo que el reparto fue pacífico.
A diferencia de los discos, que volaron a España desde el otro lado del Atlántico, los libros fueron adquiridos por nuestro tío durante su estancia en España; ciertamente el tío Gabriel volvió a su país natal con un equipaje más bien magro, dos maletas de ropa y un par de cajas de madera de tamaño mediano con algunos efectos personales. Vinieron pues los discos en una de las cajas y fueron los libros adquiridos en los casi quince años que permaneció entre nosotros.          
Los libros sirvieron para inaugurar la biblioteca que la asociación de vecinos había instalado en un local alquilado gracias a la herencia en metálico de nuestro tío y que llamó en su honor “Biblioteca Gabriel Estrada”. En general los libros mantenían cierta coherencia temática y eran propios del ideario mostrado por el que había sido su propietario, únicamente existía una excepción, se trataba de varios tomos de la obra del Padre Feijoo Teatro crítico universal, una edición póstuma, de 1777, que contenía Discursos varios de todo género de las materias, para desengaño de errores comunes. Solamente encontramos seis volúmenes de los ocho que, según supimos después, consultando en una librería de viejo, tiene la obra. Estaban encuadernados en piel y llevaban impreso un ex libris de un tal Juan Antonio Pérez Urruti, domiciliado en Buenos Aires, lo que nos hizo suponer que estos tomos viajaron en una de las cajas de madera junto a los discos. Lo peculiar de estos libros en el conjunto de la biblioteca del Tío no era su encuadernación en piel o su antigüedad, sino que los discursos que contenían eran en muy buena medida una reacción al pensamiento ilustrado y al positivismo que su propietario idolatraba.
La tercera y última parte del legado intelectual estaba contenido en las dos cajas de madera que encontramos mi primo y yo el día que fuimos a liquidar los enseres de la  casa. El importe de la venta de esos enseres, decía el testamento, debería servir como retribución de los testamentarios, por lo que acordamos con una empresa de compraventa un precio global por todos los muebles usados, desde los electrodomésticos hasta el dormitorio, todo salvo la ropa que ya la habíamos entregado en Cáritas y los libros y discos cuyo destino ya se ha relatado. Pero al sacar de un armario empotrado útiles de limpieza y herramientas caseras descubrimos aquellas dos cajas de madera de las que no habíamos vuelto a saber nada desde su llegada al aeropuerto. Han pasado trece años desde que descubrimos el contenido de las cajas y hasta ahora no hemos revelado a nadie su existencia.
La caja más pequeña contenía, y aun contiene, pues mi primo la conserva intacta, varias libretas rellenas de caligrafía infantil, un libro muy manoseado de Platero y Yo, editado por Sopena, Buenos Aires 1940, y un total de cuarenta y cuatro fotografías, prácticamente todas en blanco y negro, salvo media docena, las más recientes, en color. Las fotografías, hemos calculado mi primo y yo, debían ocupar un periodo de casi veinte años, entre mediados de los años cuarenta y el año mil novecientos sesenta y dos; prácticamente en todas tienen en común una figura femenina desconocida para todos nosotros, Etelvina, según se puede desprender de una dedicatoria existente en el reverso de un retrato femenino. Con esta Etelvina, una mujer bastante más joven que nuestro tío, muy delgada y de rostro dulce, casi aniñado, debió contraer matrimonio el tío Gabriel a principios de los años cincuenta, según se deduce de la fotografía del enlace matrimonial, en la que él, con traje oscuro y corbata, posa gallardo ante el fotógrafo, mientras que ella, con un vestido corto de color claro, quizás blanco o hueso, sonríe tímida; la fotografía está tomada a las puertas de una iglesia y ambos parecen muy felices. Los niños debieron venir pronto, calculamos que en 1952 y 1954 a tenor de lo que recogía el recorte del diario Clarín, fechado el 12 de noviembre de 1962, que ponía fin al contenido de esta caja.

ACCIDENTE EN PALERMO DEJA UN SALDO DE DOCE FALLECIDOS Y 131 HERIDOS.
Un tren embistió a otro en Palermo causando 12 fallecidos y 131 heridos de diversa gravedad. El accidente se produjo cerca del Planetario. Ambas formaciones habían partido de Retiro. Una de ellas, que se dirigía a Tigre, estaba detenida a la espera de la señal que la autorizara a proseguir viaje; la segunda, que iba a José León Suárez, la embistió desde atrás. Los heridos fueron trasladados a distintos hospitales porteños. Sobre las causas del accidente, todo apuntaría a la probabilidad de un error humano, sin embargo, el gremio de ferroviarios sostuvo que, por mal funcionamiento de las señales automáticas, los conductores a veces se ven obligados a no tomarlas en cuenta porque “de lo contrario los trenes se demorarían una hora y la empresa lo consideraría una medida de fuerza”.
El choque tuvo lugar a las 11:45, en el puente situado sobre las avenidas Belisario Roldán y Casares, en pleno bosque de Palermo. La policía ferroviaria ha facilitado el nombre de los fallecidos: el conductor del tren que embistió, Roberto Noble, y los pasajeros Etelvina Telerman y sus hijos Juan y María Estrada Telerman, de diez y doce años de edad respectivamente,...

La caja mayor, debió ser la que transportó los discos, pues una buena parte de su volumen se encontraba vacío, en su interior, ocupando apenas una sexta parte del cajón, encontramos una serie de hojas escritas a máquina. Contiene exactamente 224 folios, la mayoría escritos a dos caras, que ahora conservo yo. Se trata de reflexiones y pensamientos mecanografiados y corregidos, pues no contienen ni borrones ni erratas, y los temas que trata están bien alejados de los discursos sectarios y tremendistas con los que nuestro tío nos adoctrinaba a su vuelta del exilio. Hay unos apuntes pasados a limpio de una serie de conferencias que el entonces joven filósofo de la ciencia Mario Bunge pronunció en Buenos Aires a finales de los cincuenta,   también  una serie de pequeños ensayos sobre las implicaciones filosóficas de los últimos descubrimientos de la mecánica cuántica. Nuestro tío conocía bien la Interpretación de Copenhague y, al parecer, se sentía angustiado por la posible inexistencia de la llamada “variable oculta” propugnada por Einstein, lo que dejaría al descubierto toda la carga paradójica de este pensamiento. Sin embargo los escritos más abundantes, y sin duda los más sorprendentes, son los que podríamos denominar escritos metafísicos, o mejor aún, teológicos. Nuestro tío que marchó de España ateo y anticlerical en 1939 fue sumiéndose en progresivas dudas conforme profundizaba en los misterios de la física de partículas, el último de sus escritos está fechado en 1962, quizás un poco después del accidente ferroviario, y acaba con un suplicante
- Dios mío, si estás ahí ¿por qué guardas silencio?
El pensamiento de nuestro tío nos resulta desconocido entre la fecha de ese último escrito y su vuelta a España, es más, realmente ignoramos (y mi primo y yo hemos discutido mucho sobre esto) si lo que manifestaba a la vuelta del exilio era su verdadero pensar, que había vuelto a las raíces de su juventud, o una mera impostura.
Lo cierto es que decidimos que no pondríamos en circulación sus escritos hasta que no hubieran muerto sus parientes más cercanos, es decir, sus hermanos y sus sobrinos. Nuestras madres, la de mi primo y la mía, fallecieron hace ahora casi un año, murieron como vivieron, de modo casi simultáneo, como si se hubieran puesto de acuerdo para abandonar a la vez este mundo ante la imposibilidad de vivir la una sin la otra. Los hermanos del tío, la abuela Jacinta y el tío Samuel, nos dejaron hace ya muchos años y al tío Miguel acabamos de enterrarlo. Por eso me he puesto, nada más volver del cementerio, a redactar estas líneas con las que dar a conocer el extraño ciclo vital del tío Gabriel e intentar publicar en revistas de pensamiento alguno de sus artículos. En particular uno de ellos, un pequeño ensayo titulado “El mono cuántico”, inspirado en la Paradoja del gato de Schrödinger y en un relato de Borges, es de auténtica calidad literaria y solidez intelectual.
Sabemos que estas líneas no desvelan el pensamiento del tío Gabriel, ni su asombroso testamento. Es posible que tampoco aclare las razones por las que hemos mantenido ocultos sus papeles hasta ahora; quizás el comportamiento humano no pueda conocerse con precisión, acaso sea como el de esas partículas subatómicas que tanto obsesionaron a nuestro tío y de las que sólo se puede conocer la probabilidad de estar en un determinado estado.
Nunca sabremos a ciencia cierta si el tío Gabriel fue un héroe, un loco o un farsante, o un poco de todo, o a veces una cosa y a veces otra, o quizás, como en la física cuántica, sólo existan estados de probabilidad de que fuera una cosa u otra....

No hay comentarios:

Publicar un comentario